
La testosterona, según los responsables del atletismo y del Comité Olímpico Internacional (COI), es el elemento clave en el dominio atlético de Semenya, que la IAAF, presidida por Sebastian Coe, considera injusto e indebido. Después de batallas científicas y ante el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), la IAAF decidió hace dos semanas que a partir del 1 de noviembre todas las mujeres con DSD y producción endógena de testosterona superior a 5 nanomoles por litros de testosterona no podrán participar en pruebas entre 400m y 1.500m, a menos que se sometan a tratamientos hormonales para reducir su testosterona. Durante algunos años, hasta que el TAS no exigió a la IAAF que aclarara sus anteriores leyes, la propia Semenya debió someterse a peligrosos tratamientos de estrógenos, con graves efectos secundarios, para poder competir. En ese periodo ganó los Juegos Olímpicos de Londres.
La norma que entrará en vigor en unos meses, apoyada en un estudio científico que ha determinado que en esas distancias la testosterona desempeña un papel decisivo, ha desencadenado una gran cantidad de reacciones, en su mayoría críticas, desde la comunidad atlética y la científica. “Las consecuencias de la norma tienen ramificaciones fisiológicas, deportivas, éticas y de respeto a los derechos humanos”, señala el doctor Jonathan Ospina, de la Universidad Isabel I, de Burgos. “Es una norma que actúa directamente contra Semenya, y tiene un cierto matiz racista y discriminatorio hacia los países menos desarrollados. Según el estudio en que se apoya la IAAF, en otras pruebas, como lanzamiento de martillo y salto con pértiga, la testosterona es también decisiva. Son pruebas con mayoría de competidoras blancas y europeas o estadounidenses a las que no se van a exigir límites”.
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